lunes, 18 de noviembre de 2013

TECLEANDO DE VERANO A... (A este paso volverá el verano, ¡uf!) (XIX)

La Mujer del Teclado se siente en una olla de grillos



La mujer del teclado se quedó pensativa ante su amigo, intentando entender por qué había llegado allí sin que ni él mismo tuviera idea de ello.
Se abrió la puerta de repente y entró Alex. ¡Vaya hombre!, últimamente no era normal que sus hombres entrasen así, sin avisar, dado lo que estaba pasando, conque la mujer miró a su huargo, a ver cómo reaccionaba, por si acaso. Pero el enorme lobo se limitó a mirar a Alex con poco interés. "Todo en orden", pensó la mujer, "Es Alex, no un clon malévolo". Y lo miró, esperando que se explícase, ya que ellos eran de pocas palabras y mucha acción, sobretodo, patadas en los huevos por parte de la jefa.

- Señora -a la mujer del teclado, ese "señora" le sentó como una patada porque era más una compañera que un superior para sus hombres, pero comprendió que iba por los visitantes, que ante ellos había que guardar las formas.
- Dime, Alex.
- Ha llegado una mujer -y Alex tragó saliva, consciente de que la cosa ya se les iba de las manos.
La mujer del teclado cerró los ojos e inspiró profundamente. Pensó en contar hasta cien... Hasta mil... pero desistió inmediatamente al considerarlo una estupidez y una perdida de tiempo. ¡Tiempo! Esto es lo que estaban perdiendo mientras se les colaba gente en una instalación supuestamente inexpugnable. Se tranquilizó y preguntó a Alex si ya la tenían controlada e identificada.
- Más o menos... No parece peligrosa así de pronto, pero yo no me fiaría nada porque tanta candidez no la he visto nunca.
- Interesante. ¿Ha dicho su nombre?
- Sí, Henrieta.
El visitante de Manchester estaba entretenido mirando a la casquivana Atia, la cual se había bajado el escote hasta casi enseñar el pezón y le hacía ojitos a Don Paeloris, consciente del aprecio que la mujer del teclado le tenía, a ver si podía sacar algo de ello, pero al oír el nombre, el manchesteriano pegó un bote que incluso alarmó a Lobo Gris y con ello a la mujer, a Alex y a todos los romanos detrás del vidrio, excepto a Marco Antonio, que seguía en la inopia y todavía no se sabía el motivo. "¡Acabaré matándoles a todos!" pensó la mujer del teclado y se relamió: "A Atia la pondré de chacha en casa de Ana Botella. A César Augusto lo meteré en el Senado. A los de la XIII Legión Gémina, de Mossos d'Esquadra. A...".
- ¡Doña! ¡Doña! -el manchesteriano la bajó de las nubes tremendamente alarmado.
- ¿¿¿??? Diga, diga. Usted perdone, tengo la cabeza como un bombo. ¿Qué pasa? ¿Ya sabe la solución?
- No señora, no sé la solución de nada, pero oiga, no deje que la recién llegada se me acerque.
- ¿Y eso? ¿Es extremadamente peligrosa? ¿Es un androide que estallará cual "martir" musulmán en un autobús israeli? Cuente, cuente.
- Bueno, es algo dificil de explicar, Doña...
- No me venga con tonterías a estas alturas, que estamos en un tris de desaparecer. ¡Si esa gente detrás del vidrio no vuelve a su época incólumnes, sin que les falte ni un pelo de los bajos, usted y yo y todos ya podemos despedirnos de llegar a nacer!
- ¡Coño! ¿Tan gorda es la cosa?
- Le aseguro que sí.
- Me lo creo, me lo creo. Por dos motivos, uno, que esto no es Manchester, el otro, que esa ninfómana me ha seguido hasta aquí.
- ¿Ninfómana?
- Y espere, que hay más. Al principio pensaba que esa de ahí tras el vidrio era una chichi de burdel, contratada por usted para alegrarme el día, pero se me está erizando el pelo de la cabeza cuando más la miro.
- ¿Qué pelo? Si está usted rapado.
- ¡No joda, Doña! ¡El vello que ya crece, el cuero cabelludo!
Atia pegó un grito al darse cuenta de que se refería a ella. Los legionarios se divertían cosa mala, César Octavio dejó ir una media sonrisa desdeñosa y Marco Antonio... Bueno, mejor olvidarse de Marco Antonio de momento porque no se sabía dónde estaba en realidad. Esto intrigaba a la mujer del teclado, pero no tenía tiempo que dedicarle, habida cuenta de todo el follón que tenía encima, una verdadera olla de grillos sin poder atrapar a los bichos que saltaban demoniácamente por todas partes.

Fijó la vista en su huargo, luego en Alex y se levantó lentamente.
- Alex, acompaña a nuestro invitado a una habitación para que se ponga cómodo y que sea atendido debidamente.
- Espero que ese "debidamente" no tenga connotaciones indebidas, Doña...
La mujer lo miró a los ojos. Sólo eso.
- Perdón, lo siento. Ya sabe que soy muy guasón...
- Igual que yo, amigo mío... Pero... ¿a que mi mirada asusta? ¡Juas juas!

Salieron los tres, ella a lo que tenía que hacer, Don Paeloris y Alex a alojar al primero y Lobo Gris se quedó allí, con la cabeza entre las patas, bastante harto de custodiar a los visitantes del pasado que no tenían nada de distracción. Le gustaban los legionarios, pero no podía comunicarse con ellos porque eran bastante cortitos mentalmente, ni se habían enterado de quien era él, ¡puf!

Continuará...


viernes, 1 de noviembre de 2013

TECLEANDO... DE VERANO A OTOÑO (XVIII)

¡Ojo al parche! Este blog tiene los días contados como elemento participativo, dada la nula interacción de sus socios. Fue una buena idea del director de El Periódico de El Prat, pero ha acabado en agua de borrajas por mor de los "quiero y no puedo".
Pronto serán eliminados los que andan por ahí, en el lateral y el blog cambiará de nombre. Nada será borrado, todo permanecerá, dejando constancia de lo que fue. Triste, pero real como la vida misma.

Agradezco al amigo Mencigüelo Mejillón sus esfuerzos hasta el último momento y comprendo sus problemas cibernéticos, ya que también los he sufrido en demasia. Espero que pueda volver tarde o temprano como lo he conseguido yo y ambos disfrutemos de nuestra pasión.

Firmado: la Capitana restrombizada. ¡Juas!

Los visitantes romanos, el visitante sorpresa y el lobo huargo y su ama

Viene de Don Paeloris.

Los romanos tras el vidrio blindado no las tenían todas consigo, constatando que la mujer que cortaba el bacalao allí andaba más preocupada por lo que sucedía en su feudo que por volverles a su casa. Los de la XIII legión Gemina estaban tranquilos. Hombres avezados a obedecer y a comprender los cipostios que solían montarse entre las gentes de poder, confiaban en la mujer del teclado.

Se abrió la puerta de la estancia donde estaban y entró la mujer con un desconocido para ellos. Lobo Gris, el cual estaba de guardia allí, movió las orejas y se acercó al hombre que acompañaba a su ama. Le miró a los ojos y a continuación se le acercó mansamente.
-Le presento a Lobo Gris, Don Paeloris. Le gusta usted. Puede tocarlo -dijo la mujer-.
Y el hombre lo hizo, acarició al enorme wargo sin temor alguno. La confianza era reciproca.
Atia hizo un moín de desdén tras el vidrio. Mientras tuviera esa protección estaba dispuesta a generar todo lo malo que su negra alma le proporcionaba.
-Siéntese ahí -dijo la mujer a su visitante y amigo- Permítame un momento.
Se dirigió a César Augusto, máximo exponente de los romanos tras el vidrio. Pidió disculpas por la tardanza en solucionar su caso, explícando someramente los problemas con los que estaba inmersa, que las cosas no eran tan fáciles y allí pasaba algo muy gordo, gordísimo.
César Augusto asintió tranquilamente. En realidad, estaba preocupado por su ausencia en Roma, pero había algo que le impelía a confiar en la mujer, igual que lo hacían los de la XIII legión Gemina.

Cuando se sentó junto a su amigo, este quiso saber la sorprendente relación entre el huargo y la mujer.
-Soy una cambiapieles, Don Paeloris.
- ¿Cómo?
- Puedo meterme dentro del wargo. Veo lo que ve él y él lo que yo. Por esto somos como uno solo.
El hombre se quedó perplejo. Estuvo tentado de echarse a reír estruendosamente porque para él, esto era una memez. Pero se contuvo porque los últimos acontecimientos lo habían dejado a cuadros. Caminar por el Instituto Cervantes de Manchester y encontrarse repentinamente en un sitio desconocido, siendo detenido e interrogado, más encontrar allí a su amiga y a un enorme lobo cuya mirada reflejaba tantas cosas que no entendía pero sí comprendía, hasta el punto de haberlo acariciado sin ningún miedo, era algo que le hacía pensar.
- ¡Joder, Doña! No sé qué decirle, la verdad.
- Dígame usted si ha tenido algún contacto raro últimamente.
- ¿Raro?
- Más o menos. Piense. Alguien desconocido que le haya preguntado cualquier cosa. Lo que sea.
La mujer del teclado intentaba encontrar alguna pista para saber por qué narices su amigo había aterrizado allí inopinadamente.
Primero eran desconocidos los infiltrados, pero ahora llegaban amigos y esto era mucho más inquietante porque los infiltrados podían haber llegado introducidos por traidores como Rosa y otros, pero el caso de Paeloris no tenía pies ni cabeza. Sin embargo, allí estaba, caído del cielo como quien dice. Y la mujer no sospechaba de él, como tampoco Lobo Gris, argumento aplastante.

Continuará...

jueves, 3 de octubre de 2013

TECLEANDO... DE VERANO A OTOÑO (XVII)

Don Paeloris

Viene de Un visitante sorpresa




¡Ayyyyyyyyyyy!, las felinas somos muy puñeteras y nuestros amigos tienen que aguantarnos con toda su santa paciencia, je je je...

Álex y la mujer del teclado recorrieron varios pasillos hasta que el guerrero indicó una puerta echándose a un lado respetuosamente. Las claves para acceder electrónicamente a ciertas estancias habían sido cambiadas desde la primera incursión de los infiltrados, sólo Nando y Álex podían abrirlas, además de la mujer y su huargo.
Ésta se puso delante y las puertas se abrieron. Entró, seguida por Álex, ya que no le había dado instrucciones de quedarse fuera.
Cuando vió al hombre que le había descrito el guerrero, su rostro se ensanchó con una enorme sonrisa.
- ¡Don Paeloris!
Éste se levantó de la butaca donde estaba sentado, observó a la mujer y abrió unos ojos como platos. Su mente racional le decía que no, que aquello no era posible, sin embargo, ¿qué era posible o no? Había entrado en el Instituto Cervantes de Manchester, buscando un libro con el que satisfacer sus ansias de lectura y de saber, pero de pronto se encontró en un lugar completamente desconocido, vagando por sus pasillos hasta que lo detuvieron y lo encerraron en esa habitación donde estaba. Reconoció al chico que acompañaba a la mujer, era el que le había interrogado. Un buen chaval, pensó el prisionero. Pero le urgía reaccionar, decir algo. Por primera vez en su vida se sentía mudo, la visión de la mujer le había impactado mucho, puesto que la conocía, sabía quien era. ¿O no?

Ella se le acercó con los brazos abiertos, al parecer contentísima. Y el prisionero comprendió que no se había equivocado, que era esa la mujer que conocía en la distancia y por fin la tenía delante de su barba canosa.
Se abrazaron y el Paeloris se puso a ametrallar inmisericorde hasta que la mujer le pidió silencio, que por favor, respondiera a sus preguntas porque se trataba de un asunto muy importante y no podía perder tiempo, de ello dependía la vida de millones de personas.
- ¡Joder, Doña, usted siempre metida en cipostios varios! ¿Y yo qué pinto en esto? -añadió algo receloso, aunque se estaba ríendo por dentro, contento con la novedad-
- Esto es lo que quiero saber, amigo mío. No comprendo cómo ha llegado usted aquí, y mucho menos el motivo.
- ¿No lo sabe? Pregúntele a Don Jesús, je, je je...
- Qué ocurre con Jesús? -preguntó la mujer- ¿Sabe algo?
- No, no. ¡No sé nada!, a mí que me registren.
- Pero bueno, ¿dónde estaba usted justo al llegar aquí?
Y el Paeloris contó lo único que sabía, que iba por el Intituto Cervantes cuando todo cambió y se encontró en pasillos desconocidos. La mujer asintió, dándole credibilidad, sabía que mencionó a su común amigo Jesús simplemente por la costumbre de hacer bromas. Su rostro intentaba reflejar tranquilidad, pero interiormente estaba alarmada. Ya había demasiada gente que conocía  implicada en aquel asunto harto delicado y muy importante. "¿Intentan desviar mi atención?", pensó con preocupación. "Pues se van a joder, ¡por Thor!".
- Vamos, acompáñeme.
Y dirigiéndose a Álex, le dijo que volviera a sus asuntos de vigilancia, que no había ningún problema con aquel hombre. El guerrero asintió y se marchó.

Continuará...



viernes, 27 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN... OTOÑO. (XVI DE VERANO)

Un visitante sorpresa

Viene de La ira de los machos

El ambiente en la sala de trabajo estaba al rojo vivo. La mujer del teclado ordenó a Nando que sentara a Rosa en la silla de brazos en la que había estado aposentada antes de saltar sobre él como una hiena rabiosa.
- ¡Me importa una puta mierda Álex! -vociferó la traidora mientras Nando la obligaba a sentarse y la miraba, entre rabioso y consternado-
- ¿Qué dices? ¿No te importa que Álex sufriera daño, que pudiese morir por tu culpa? -preguntó el lugarteniente atónito-
- ¡Álex es tu amigo, no el mío! ¡No me importa si le pasa algo!
Nando estaba anonadado. Tantos años juntos los tres, él, Álex y Rosa, en el gimnasio donde entrenaban y preparando a niños en colegios...

Lobo Gris alzó las orejas, miró hacia la puerta y sin esperar permiso de su ama se puso delante para abrirla.
Allí estaba Álex. Había estado dudando de si abrirla tecleando su identificación porque sabía que algo grave ocurría dentro y no quería interrumpir, pero el huargo le dió paso tranquilamente y la mujer comprendió que se trataba de algo importante.
- ¿Qué hay, Álex? -preguntó la jefa con su tranquilidad habitual-
Rosa y Nando también lo miraron, ella inquieta y el lugarteniente sorprendido.
- Perdón por interrumpir... Yo no he abierto la puerta...
- Lo sé, Álex, ha sido Lobo Gris -le tranquilizó la mujer- ¿Ocurre algo?
- Hemos encontrado a un hombre vagando por las instalaciones. No es de los nuestros, no lleva el uniforme y parece perdido, quiero decir que asegura no saber qué hace aquí.
- ¡Otro infiltrado tuyo, Rosa! -bramó Nando furioso-
La mujer se levantó y puso su mano en el hombro de su lugarteniente para recomendarle calma, al tiempo que se dirigía a Álex.
- ¿Lo has interrogado? ¿Qué dice? ¿Cómo se llama? ¿Has sacado algo en claro?
- No mucho -contestó el guerrero con su habitual rostro impasible- Dice llamarse Bonifacio, o Mencigüelo, o... -y Álex se encogió de hombros en un gesto de impotencia- Creo que está chiflado... No sé... Pero no parece peligroso.
La mujer del teclado abrió unos ojos como platos.
- ¿Qué aspecto tiene?
- De unos cincuenta años, baja estatura, dicharachero, cuenta muchas cosas divertidas, no calla y...
La mujer estalló en una enorme carcajada que dejó a todos atónitos, delante y detrás del vidrio blindado.
- ¿Sabes quien es? -preguntó Nando-
- Creo que sí, a menos que se trate de "las cosas" de Rosa, pero por la actitud de Lobo Gris, pienso que no -y dejó ir una sonrisa- Nando, lleva a Rosa a una celda, la interrogaré más tarde. Y Lobo te acompañará -añadió sin dar pie a discusión alguna-
- Bien...
- Y no te quedes con ella a hablar, por esto quiero que Lobo te acompañe. ¿Entendido?
El lugarteniente asintió. Era consciente de su tremendo error que había puesto en peligro a sus amigos y al mundo entero, así que bajó la cabeza y se dispuso a cumplir las órdenes de quien siempre se había mostrado más inteligente que él.

- Llévame ante el Paeloris, Álex -dijo la mujer, aunque éste no comprendió la palabra, pero supo a quien se refería-
Los cinco salieron de la estancia, dejando a los romanos sorprendidos. Atia hizo un mohín desdeñoso mientras se llevaba a la boca una pasa -porque aquella gente comía sin parar, picando a todas horas-, y ante la mirada perpleja de los demás se limitó a masticarla con fruición mientras pensaba para sus adentros que el hombre encontrado era como Timon, el judío que ella usaba para sus necesidades varias, ya en la cama, ya asesinando a quien ella le indicara. Qué equivocada estaba. En todo.

Continuará...


miércoles, 25 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (Otoño ya, je je je...) (XV)

La ira de los machos

Viene de Cara a cara





La mujer del teclado notaba que Lobo Gris estaba muy alterado y se preguntó el motivo. ¿Tan peligrosa era Rosa? Sabía que lo era, puesto que había infiltrado a enemigos, pero pensaba que lo podía solucionar.
Cuando Nando irrumpió en la sala de trabajo, desde las estancias privadas de la mujer, donde ella misma lo había alojado para que pudiera escuchar, hizo un gesto de desagrado. Había querido llevar el asunto de otra manera, pero ya no había vuelta de hoja. La suerte estaba echada, Alea jacta est, como decían los romanos parapetados detrás del vidrio blindado, los cuáles estaban silenciosos, completamente embebidos con lo que ocurría ante sus ojos. Ni siquiera la zorra de Atia había osado abrir la boca.

Rosa se alteró al ver irrumpir a Nando. El frío sudor volvió a recorrerle el cuerpo como cuando el huargo gruñó la primera vez que mintió. El lobo no estaba en absoluto tranquilo, pero la mujer del teclado no se fijó en la mente de su huargo, estando más interesada en lo que su lugarteniente dijese, sabiendo que de esto dependía la resolución final. O al menos buena parte de ella.

El siempre pálido rostro de Rosa se tiñó de la púrpura de la vergüenza y Nando se plantó delante de ella mientras Lobo Gris se acercaba también...
Después de unos minutos en que nadie dijo nada, todos haciéndo cábalas con sus pensamientos, Nando preguntó a Rosa:
- ¿Por qué? -y su rostro reflejaba una pena inmensa, como el de la mujer del teclado-
Rosa  alzó el rostro, desafiante, segura de sí misma.
- ¡Me has engañado con esa!
- Rosa, Rosa, nunca te he engañado. En realidad, engañé a mi esposa por ti y lo siento mucho, porque esta mujer ya me lo advirtió: "¿Prefieres a Rosa? Pues adelante, ambos soís igual de tontos, de necios. Dori vale mucho más, pero como eres tonto, no lo ves".
- ¿Y tú te lo crees, Nando?
El lugarteniente inspiró profundamente y dijo:
- Sí. Ahora me lo creo. Ahora veo lo mala que eres. Mucha gente está en peligro, Rosa, por tu culpa. Álex pudo morir, y  muchos más de no ser por Lobo Gris y esta mujer.
Rosa se levantó de la silla y se lanzó furiosa contra Nando. El huargo dejó ir un gruñido tibio, sabía que el lugarteniente no tenía problemas con esa mujerzuela escuálida que se jactaba de ser una gran karateca y solía alzar sus patas en público, haciendo el payaso.

- ¡Basta! -zanjó la mujer del teclado cuando Nando inmobilizó a Rosa-

Continuará...

TECLEANDO EN VERANO (XIV)

Cara a cara

Viene de A la caza de la traición




- Hola, Rosa -saludó la mujer del teclado-, siéntate ahí -añadió señalando una silla a su lado.
Rosa la miró con desdén, como siempre había hecho. Era alta y flacucha, para nada simpática, más bien borde y su pelo color paja no la hacía atractiva aunque ella lo creyese.
La mujer recordó una ocasión en que Nando y ella volvían con los alumnos después de disputar un partido oficial, sólo entre alumnos, claro. Iban andando, pues el campo contrario estaba cerca del suyo, apenas unas calles. Estaban detenidos ante un semáforo en rojo, esperando a que se pusiera verde, cuando Rosa cruzó al no haber ningún vehículo a la vista. Fue un desastroso ejemplo para los chavales de 11-12 años que molestó mucho a la mujer del teclado. Nando y ella tenían mucho cuidado con dar ejemplo y educarles, pero Rosa no pintaba nada allí, no era nadie, aunque siempre asistía a los partidos por pegarse al lugarteniente y al final los chicos pensaron que era su novia. No lo era, pero siempre estaba pegada como una garrapata, a pesar de que Nando tenía novia con la que se casó y tuvo un hijo, Dori, la de la cocina de la organización.

Viendo que Rosa miraba a los romanos detrás del vidrio, no tanto por curiosidad, sino por desprecio a la mujer, ésta inició la conversación.
- ¿Tienes algo que decirme, Rosa?
- No -respondió ésta al cabo de unos segundos, con su habitual rostro despectivo-
Lobo Gris gruñó en señal de advertencia y Rosa sintió que un reguero de sudor le recorría el cuerpo.
- Es inútil que lo niegues, sabemos que eres una traidora. Sabemos que has infiltrado enemigos.
- ¡¿Quién me ha señalado?! -gritó con rabia.
- Tú misma, Rosa, tú misma. Llevas el odio tatuado en tu frente, el afán de venganza.
- ¡Tú! ¡Tú me lo quitas!
La mujer se quedó asombrada. ¿Qué le había supuestamente quitado ella a esa histérica?
- ¿Qué te quito yo, Rosa? -preguntó con calma- Habla claro, por favor.
- ¡A Nando!
- No digas tonterías, Nando y yo somos buenos amigos desde hace años, pero nada más.
- ¡Ya! Y te tiene en su móvil con el nombre de 'Princesa'...
La mujer pensó que el asunto se le estaba yendo de las manos, que derivaba en motivos personales. Recordó que en una ocasión, Nando le pidió que le diera su número de móvil otra vez porque se le había borrado. "Anda, ¿te equivocaste?", le preguntó con sorna. Entonces él se lo confesó, que lo había borrado Rosa. A la mujer no le gustó nada que el móvil de su amigo estuviera en manos de esa, una señal de intimidad inquietante, no por ella entonces, aún lejos de la organización, sino por él mismo, lo cual se confirmó más tarde, ya que la mujer y Nando mantuvieron una conversación a través del móvil, conversación muy íntima para él, a ella no le afectaba en absoluto, se limitó a aconsejar a su amigo tal como se lo pidió. Y quedaron en verse para hablarlo en persona delante de unas copas.
Entonces la mujer comprendió que Rosa había leído los mensajes y se había hecho una idea equivocada. ¿Pero tanto como para semejante traición que podía cambiar el curso del mundo y de millones de personas que seguramente no nacerían y por tanto sus descendientes naturales desaparecerían de la actualidad? Era de locos, una simple tonta celosa podía matar a generaciones enteras en un genocido sin parangón.

- ¡Rosa!
Nando había salido de las estancias privadas de la mujer. Estaba verdaderamente furioso y el huargo gruñó de nuevo, esta vez dirigiéndose al lugarteniente.

Continuará...

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Adjunto foto que nada tiene que ver con el relato, es para mi amigo Mencigüelo Mejillón.

 El primo hermano de mi madre, Joaquín (Quimet) Borràs Canut


lunes, 16 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (XIII) XIII legión Gemina, ¡por Júpiter!

A la caza de la traición

Viene de Traición

El título de la entrada no tiene que ver con la XIII legión de la cual son presentes Lucio Voreno y Tito Pulio detrás del vidrio, sólo es un guiño por el número de este episodio, un sencillo homenaje a esos valientes que arriegaban su vida diariamente, incluso sacrificando su vida familiar.



La mujer del teclado se dirigió a su lugarteniente sentada en su silla giratoria.
- Esto hay que terminarlo tajantemente, Nando, Lo sabes, ¿verdad?
El hombre se volvió y la miró a los ojos.
- Sí. Lo sé -dijo con semblante triste, y a continuación férreo- ¡Lo haré!
Pero la mujer intervino.
- Tú solo no, Nando, lo haremos los tres, tú, Lobo y yo.
- ¡Déjame a mí solo! -bramó Nando-
- No, querido amigo, sé que tú solo no puedes.
- ¿Dudas de mí? -su rostro era feroz, estaba fuera de sus casillas-
- Sí, en este asunto no puedo por menos que dudar de tu capacidad porque ya tuve ocasión de constatarlo hace años. ¿Recuerdas?...
Y el hombre bajó su cara, como hacía cuando la mujer tenía razón. Como guerrero, sabía hasta donde podía llegar, no por sumisión, sino por razón.
- De acuerdo. Estoy a tus órdenes.
La mujer miró a Lobo Gris y el huargo salió de la estancia, dispuesto a cumplir las órdenes de su ama.

- Nando -dijo la mujer con dulzura- creo que será mejor que vayas a mis estancias privadas y escuches desde allí.
El hombre tuvo intención de oponerse, quería estar presente, pero las últimas palabras intercambiadas con la mujer lo convencieron. Después de todo, estaría ahí al lado, escuchando y podía intervenir, la mujer no le apartaba lejos, sin saber lo que pasaría. Hizo el saludo de su escuela de karatecas, juntando las piernas y los puños, bajando la cabeza y gritando "¡Hos!" y se dirigío a las estancias privadas de la mujer, de las que ella misma abrió las puertas al ponerse delante y las mantuvo abiertas para que pudiera escuchar.

Los romanos detrás del vidrio estaban inquietos. No tenían claro quien era el traidor, habían pensado que era el lugarteniente de la mujer que mandaba, pero después de esta conversación se quedaron asombrados e indecisos.
Todos podían saber lo que se decía, fuera en un idioma u otro, gracias a la tecnología de la organización de la mujer del teclado. Cada palabra llegaba a oídos de todos de manera que lo entendían, sin audifonos ni zarandajas.

Se abrió la puerta de la sala de trabajo y entró Lobo Gris con una persona.
La mujer la recordó años atrás. Era insoportable, pero Nando estaba encantado siempre, babeaba.
Entonces recordó cuando Nando y Álex se encontraban dos veces por semana en un antiguo feudo de la mujer, como se abrazaban y besaban en las mejillas. ¿Serán homosexuales?, pensó entonces. No, en absoluto, todos los que se dedicaban al deporte se comportaban así, pudo constatarlo cuando fue delegada de deportes y pasaba lo mismo con fútbol, voleivol... Todos abrazándose y tocándose el culo amistosamente.
La mujer del teclado pensó que al menos, cuando disputaba partidos de fútbol con su lugarteniente, con sus respectivos alumnos, nunca le tocó el culo, ¡juas! Se límitaba a estamparla contra el suelo o contra la pared pero ella se rehacía inmediatamente, sin una queja, y seguía impertérrita. De ahí haber entendido el lugarteniente quien mandaba en realidad.

Continuará...


martes, 10 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (XII)

Traición

Viene de Los de la XIII legión Gemina



Las puertas de la sala de trabajo se abrieron y el lugarteniente entró sonriente, acompañado del lobo.
- Lobo Gris me ha dicho que venga.
- Sí -dijo la mujer-, se lo he pedido porque ha estado investigando según mis instrucciones.
- ¿Ha encontrado algo bueno?
- Tal vez... Mira esta lista, son sospechosos de traición - y le tendió un folio-
Nando fue leyendo los nombres. Ahora estaba serio, todos sus sentidos alerta; llegó con ganas de broma, como siempre; una vez, mientras la mujer firmaba un documento, él se entretuvo pintarrajéandole la mano con un boligráfo, con la que firmaba, sólo por bromear, esperaba que interrumpiese la firma o le saliera un garabato. Ni lo uno ni lo otro, la mujer acabó la firma, imperturbable y no dijo nada, como si no hubiera pasado. El lugarteniente admiraba a la mujer, la había puesto a prueba muchas veces y en una ocasión fue él quien le pidió ayuda en un asunto personal, muy íntimo.

Al leer el último nombre de la lista su rostro cambió, abrió la boca, en un gesto de franca sorpresa y miró a la mujer, aunque no le salían las palabras, sólo negaba con la cabeza.
- Lobo Gris no se equivoca, Nando, sabes que es imposible. Bucea en la mente y "ve" hasta lo más oculto y recondito.
Nando miró al huargo que estaba a su lado, el cual le devolvió la mirada, confirmando lo que había dicho la mujer. Se hundió. Apretó los puños y se volvió de espaldas, derrotado, se llevó un puño a la boca y lo mordió, un gesto característico en él cuando se sentía impotente, cuando sus casi dos metros de estatura y sus músculos de acero no le servían de nada ante algo que precisaba otros medios que no fueran la fuerza física y tenía que aparcar esta.
La mujer lo observaba con tristeza. Era consciente del tropel de sentimientos que embargaban a su lugarteniente y por un momento pensó si debía temer una reacción no deseada. Miró al huargo para que estuviera alerta, pero no era necesario, Lobo Gris no perdía detalle de la mente del hombre.

Detrás del vidrio, Tito Pulio apretó las mandibulas y su rostro era una máscara que reflejaba el odio a la traición. Lucio Voreno se mantenía sin expresión alguna, acostumbrado a ello, siempre sirviendo a los que mandaban, sin exteriorizar sus sentimientos, pero su mente volaba.
Atia estaba muy interesada, aunque por el lugarteniente. Nunca lo había visto así, las pocas veces que había entrado en la sala de trabajo fueron para detener a alguien y lo consideraba un soldado más, sin ningún interés, pero esta reacción, sumada al hecho de una traición, había despertado su instinto libidinoso. "Qué lástima que nos separe esta dura pared transparente", pensó, soñando en gozar sexualmente de él.
Marco Antonio seguía con su sonrisa sardónica, no muy consciente ya de dónde estaba, puesto que seguía viendo a Octavio como el adolescente del principio y no se había dado cuenta de la ausencia de los otros.
En cuanto a César Octavio, luego llamado Augusto, continuaba tranquilo, observando lo que ocurría, esperando la promesa de la mujer del teclado. Así sería su vida al casarse con Livia, siempre dejando en manos de una mujer inteligente el gobierno de Roma.

Continuará...

lunes, 9 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (XI)

Los de la XIII Legión Gemina

Viene de La misión de Lobo Gris





Lobo Gris entró en la sala de trabajo y fijó los ojos en su ama. Bastó poco para ponerle al corriente de lo que había descubierto, mientras Atia seguía chillando histéricamente.
"Menuda pesada", pensó ésta, "Parece una de esas tertulianas de programas basura de televisión". Afortunadamente no era la TV y la mujer del teclado siguió ignorándola. Había decidido no responder más que a quienes mostraran un mínimo de educación porque ya se estaba hartando de que ni siquiera le dejaran hacer el trabajo, y eso que era por su bien. En realidad, sólo Atia era inaguantable.

 Después de "escuchar" a Lobo Gris, le hizo un leve gesto con la cabeza y el huargo se sentó a su lado. Tecleó en su ordenador, cuya pantalla, enorme, estaba detrás de ella, a la vista de los "visitantes" y empezaron a salir fotos de todos los residentes en el edificio, uno a uno.
El lobo dejó ir un gruñido ante uno u otro y la mujer tomaba nota rápidamente, confeccionando un fichero. Eran pocos, pero importantes por el significado. Hasta que se quedó anonadada. Lobo Gris había gruñido ante una foto y ella no se lo esperaba. Lo miró a los ojos, pero el huargo se lo confirmó sin lugar a dudas. Ella no dudaba de Lobo Gris, sabía que no se equivocaba.

Guardó el fichero y quedó triste, muy triste. Tanto, que el huargo se alzó sobre sus patas hasta los hombros de ella, queriendo consolarla, o tal vez infundirle ánimos. Ante la evidencia, ella no supo lo que "decía" el enorme huargo.

Detrás del vidrio, dos personas entendieron algo de lo que pasaba por haber sufrido en sus carnes la traición: Lucio Voreno y Tito Pulio, los valientes de la XIII legión Gemina. El primero era rubio y de ojos azules, gran jefe; el segundo, siempre con el pelo casi rapado, putero, borracho y buscando pelea, pero, a pesar de ser como la noche y el día, eran amigos. Cuando Tito Pulio fue sentenciado a morir en las arenas del circo por haber matado a un comerciante muy conocido -lo cual fue por órden de Julio César, por cierto, pero era un secreto...-, luchó bravamente aunque primero no quiso defenderse, aceptando su destino, pero cuando los gladiadores insultaron a la XIII legión por haber pertenecido a ella, saltó como un tigre y los derrotó. Más entonces salió un gigante y Pulio ya estaba que no se aguantaba. Lucio Voreno era entoces cónsul, estaba allí, mirando los acontecimientos y finalmente se quitó la toga, saltó a la arena y cogiendo una de las espadas esparcidas en la arena ayudó a su amigo contra el gigante.
Ambos fueron famosos, el pueblo gritaba enfervorecido. "Pan y circo". Aún faltaba mucho para que Marco Antonio se fuera a pegarle polvos a Cleopatra y el grano no llegase a Roma.

¿La traición? A Lucio Voreno su esposa, que mientras él se mantenía casto en la Galia durante ocho años, sin tocar a ninguna mujer, ella tuvo un hijo con el marido de su hermana, convencida de que había muerto.
Lo del putero fue peor, ya que cuando al volver a Roma se enamoró y esperando ser padre, su esclava envenenó a su esposa y al hijo que llevaba en el vientre para hacerse con él. Lo descubrió cuando la esclava -ya su pareja de hecho-, agonizaba. La fulana temía que Nemésis no le dejará entrar al Más Allá, así que largo con pelos y señales. Tito Pulio la estranguló y luego tiró su cadáver a una charca ante los ojos de todo el vecindario.

Los antiguos legionarios entendieron más que nadie a Lobo Gris y a la mujer del teclado, era como si ellos también gozaran de telepátia.

Continuará...


jueves, 5 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (X)

La misión de Lobo Gris

Viene de Una sorpresa


La mujer del teclado había encomendado una delicada misión a su enorme huargo y este se dispuso a cumplirla. Salió de la sala de trabajo de su ama y se dirigió a la sala de entrenamiento de los guerreros. Todas las puertas se abrían a su paso, igual que al de la mujer, ellos no necesitaban identificarse electrónicamente, como sí los guerreros y el resto de personal.
Cuando lo vieron entrar, esperaron ver a la mujer detrás suyo, o a su lugarteniente, pero el lobo iba solo y se echó en el suelo tranquilamente, como si no tuviera nada que hacer, así que volvieron a sus entrenamientos sin preocuparse, ya que conocían a la enorme bestia y sabían que era uno de los suyos, sin peligro alguno.

Pero Lobo Gris no estaba haraganeando, rastreaba meticulosamente las mentes de todas las personas en la sala y cuando se dio por satisfecho, salió, dirigiéndose al puesto de guardia, una sala más grande que la de trabajo de la mujer -si eliminamos el gran espacio del vidrio blindado y las dependencias privadas de los "invitados"-, con numerosos ordenadores y personal especializado. Allí se repitió lo anterior y de nuevo el huargo salió para dirigirse a otras dependencias. No se dejó ni una, incluso los dormitorios de los que descansaban después de su guardia.

En la sala de trabajo de la mujer, Atia volvió a dar la brasa.
- ¡Ramera, oyéme!
Claro, pensó la mujer, ahora su hijo Octavio ha sido adoptado por Julio César en su testamento y la furcia esta está más que crecida, ya no es la sobrina del César, sino la madre del César.
Asqueada, echó un vistazo al vidrio para responderle, pero entonces se dió cuenta de que tampoco estaban Servilia ni su hijo Bruto. ¡Anda, había olvidado este detalle! Pensó que se estaba haciendo vieja, que tanto follón con esa gente y con los problemas que tenía en casa (la organización), se le iba todo de la mente.
Bruto murió y su madre Servilia se pasó días ante la casa de Atia exigiendo su presencia, cubierta de cenizas que su esclava esparcía sin descanso sobre su ama.





Atia estaba cansada de los constantes lamentos de su enemiga y Marco Antonio la convenció de que no se iría hasta que saliese a la puerta a escucharla, conque así lo hizo.
Lo que no esperaba era la tremenda maldición que le echó para, a continuación, clavarse una daga en el pecho. Su esclava esperó a que expirase, entonces le sacó la daga y se la clavó ella misma.

La mujer del teclado estaba hartísima de aquella gente chiflada y sanguinaria, así que no se molestó en responder a Atia, la ignoró por completo, como si no existiera.
Dejando vagar sus recuerdos más cercanos y agradables, pensó en la sorpresa que tuvo hacía pocos días cuando un amigo le llevó un regalo de Mérida (Badajoz, Extremadura), donde había estado. Al desenvolver el paquetito se encontró en las manos con la loba amamantando a Romulo y Remo. ¡Pero si sabía que su amigo no había ido a Roma! La pequeña escultura ponía MÉRIDA. Entonces recordó que fue este Octavio, cuando ya se llamaba Octavio Augusto, quien fundó en Hispania la Colonia Augusta Emérita para reposo de las legiones V Auladae (alondra) y X Gemina (gemela). Emérito significa más o menos jubilado, para que nos entendamos.
La mujer miró a los ojos del joven Octavio, recordó su vida, fue un buen César.

Se abrió la puerta y entró Lobo Gris.

Continuará...



miércoles, 4 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (IX)

Una sorpresa

Viene de La mujer del teclado


La mujer entró en su sala de trabajo y cuando dirigió su vista tras el vidrio para saludar con un breve movimiento de cabeza, como tenía por costumbre hacerlo con sus "invitados", enseguida se dió cuenta de que había cambios. Julio César y Pompeyo Magno no estaban y el joven Octavio tampoco. ¿No estaba?. Sí, lo reconoció enseguida, pero más adulto.



¡La pusimos de oro, como decía el Cautivo en Venezuela!, pensó enseguida. Comprendió que en el tiempo de los "invitados", todo seguía su curso y César y Pompeyo ya había sido asesinados, que el joven Octavio ya era Cayo Octavio César, adoptado por éste. Miró a Marco Antonio, artífice del cambio del joven César al haberle pegado en casa de Atia cuando era un adolescente, propiciando así que huyera fuera de Roma. Parecía que Marco Antonio no era consciente de la presencia del hijo de su amante, seguía con su sonrisa sardónica, completamente tranquilo.

"Están aquí porque aún están vivos en su época, pero al estar en un plano paralelo no son conscientes", pensó la mujer. Era un problema añadido porque no comprendía el curso de los acontecimientos en este plano, donde esa gente no tenía que estar y un pequeño error suyo podría desencadenar una catástrofe. Tenía que mantenerlos incólumnes fuera como fuera.

- Domina -dijo Octavio dirigiéndose a la mujer con el apelativo romano de señora- ¿Falta mucho para volver?
La mujer constató que los "visitantes" no eran conscientes de los cambios ocurridos en su época; que estaban en el futuro, tras el vidrio, como habían llegado, pero que sí eran conscientes de su cambio de estatus, pues Octavio habló como lo hacía Julio César cuando estaba allí, educado y paciente, pero pidiendo explicaciones.
- No lo sé. Hago todo lo posible, pero es muy dificil, ya podéis daros cuenta. Necesito tiempo y por ello, toda vuestra paciencia.
- ¿No tienes suficientes poderes? -preguntó Octavio-
- Cayo Octavio César, yo no os he traido aquí, lo han hecho otros que querían usaros para mal. Habéis llegado a mí accidentalmente y estáis en buenas manos, os prometo devolveros a vuestras casas sin daño alguno, pero al no saber cómo habéis llegado, tengo que averiguarlo primero.

El joven asisintió. A pesar de no ser conciente de su cambio de edad desde que llegó, sí recordaba que Julio César confiaba en aquella mujer y por tanto, él también confiaba, aunque fuera de manera imprecisa, inconsciente.

La mujer miró a su huargo a los ojos. No podían demorarse más. Le explicó sus intenciones telepáticamente y el gran lobo salío.

Continuará...


martes, 3 de septiembre de 2013

TECLEANDO EN VERANO (VIII)

La mujer del teclado

Viene de Otro infiltrado

Así era la mujer del teclado fuera de la organización, tal como la conocían Nando, Alex, Josa y sus hermanos y Dori. De pequeña estatura, así como su constitución, pero tremendamente fuerte mentalmente, capaz de salir de cualquier atolladero, plantando cara incluso a la muerte, como su lugarteniente comprobó en su momento.

Nando, después de dejar a Lobo Gris a cargo de la sala de trabajo, se dirigió a la enfermería. Encontró a la mujer bastante recuperada.
- ¿Cómo estás?
- Bien, bastante bien.
- ¿Qué ha pasado?
- Un sonido, Nando, un sonido que me ha dejado fuera de combate.
- ¿Un sonido?
- Sí, si no es por Lobo Gris, al cual no ha afectado el tono...
- Ya veo, los malditos sonidos escondidos que no todos podemos oír...
- Sí, ellos los dominan -y añadió- ¿sabes una cosa? Creo que nos pisan los talones.
- ¿Por qué lo dices?
- Por Lobo Gris -y viendo la perplejidad de su lugarteniente le explicó- Se han infiltrado tanto, que saben que Lobo percibe los tonos de sonido distintos a los humanos, y tal vez esta acción iba dirigida a él, pero han errado y me ha afectado a mí.
- ¡Ja, ja, ja! -rió el lugarteniente- ¡Se han equivocado de espécie!
- ¡Calla, burro!
No había problema, la mujer podía llamar burro a su amigo sin que éste se ofendiera en absoluto. Cuando ambos jugaban antaño partidos de fútbol sala con sus respectivos alumnos, él la machacaba inmisericorde, tirándola al suelo o estampándola contra la pared del gimnasio y ella no se quejaba nunca, se revolvía y seguía marcándole para impedirle llegar a la meta.

- ¿Qué piensas hacer? -preguntó Nando-
- Primero, interrogar al nuevo prisionero. Si, como creo, no hay nada que hacer, será Lobo Gris quien actúe.

Continuará...


sábado, 31 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (VII)

Otro infiltrado

Viene de Lobo Gris


- He solucionado lo de la cocina -dijo el lugarteniente a la mujer del teclado-
- ¿Cómo? -inquirió ésta-
- He trasladado a todos, alejándolos de aquí y los he sustituido.
- ¿Por quienes?
- Te va a gustar -dijo con una sonrisa-. He traído a Josa, sus hermanos y a Dori.
- ¡Fantástico!

Eran gente de toda confianza, conocidos por la mujer del teclado desde hacía años, y por su lugarteniente, que había trabajado con ellos, además de que Dori era su ex esposa, con la que tenía un hijo. Profesionales de los fogones y la hostelería, sobretodo Josa, un gran cocinero.
La mujer sonrió al recordar cuando convenció a su lugarteniente, años ha, de que trabajase para ella como camarero en un restaurante que por entonces regentaba. Necesitaba a dos y trajo consigo a Dori, por entonces su novia. Sólo era para la cena de Fin de Año y ambos solían trabajar en esa fecha en discotecas, ella como camarera y él como guardia de seguridad. Les convenció de que cobrarían lo mismo, pero sin borrachos ni alborotadores, era un restaurante familiar.
Lo divertido fue que obligó a Nando a ponerse una corbata de lazo de terciopelo negro. Se resistió como gato panza arriba, estaba convencido de que con la camisa blanca y el pantalón negro bastaba, pero acabó claudicando porque la jefa era ella. También tenía un lazo para Dori, pero al ver su blusa, de cuello largo, consideró que no era necesario.
Habían pasado varios años, ellos se casaron, tuvieron un niño, se separaron, pero la amistad entre la mujer del teclado y su lugarteniente siguió.

- Voy a ver qué hacen los "okupas" -le dijo con un guiño, contenta de que el asunto de los venenos estuviera controlado-
Entró en su sala de trabajo y saludó brevemente con la cabeza a los espécimenes al otro lado del vidrio, pero antes de que pudiera sentarse ante el teclado sufrió un espasmo. Lobo Gris la miró alarmado. La mujer trastabillaba, perdía el equilibrio, intentaba mantenerlo pero daba tumbos, a punto de caer.
El huargo se levantó y la cogió por la ropa con sus dientes, arrastrándola fuera de la sala.  Cinco personajes tras el vidrio estaban muy interesados. En realidad todos, pero Cayo Julio César pensó si la mujer sufría el mismo mal que él, epilepsia, y claro, también Octavio, que fue testigo de ello, así como Posca, el esclavo, que lo sabía perfectamente. Octavia y su amante Servilia también lo sabían al haberle sonsacado la primera a su hermano cuando lo sedujo y habérselo comunicado a ella, deseosa de acabar con César.

El lobo hizo que se abrieran las puertas y arrastró a la mujer fuera. El guardia que estaba al otro lado la cogió en brazos, sin saber qué pasaba y se dispuso a llevarla a la enfermería, había quedado sin sentido. Lobo Gris rastreó su mente y se lo permitió. Por un momento tuvo intención de acompañarles, pero después de unos pocos pasos se volvió. Regresó a la sala de trabajo, entró en las estancias privadas y se dispuso a esperar tras la puerta cerrada, fuera de la vista de los "visitantes" y de cualquiera que entrara, todos los sentidos alerta.

Sólo tuvo que esperar unos minutos. Percibió la presencia de alguien con malas vibraciones. Rastreando la mente de los "visitantes, "vió" que el intruso intentaba acceder al ordenador. Entonces salió y se abalanzó sobre él, inmovilizándolo fácilmente. Estaba sobre su pecho, en el suelo, enseñándole los colmillos babeantes, las fauces retraidas y gruñendo sordamente.
Se abrió la puerta del pasillo y entró el lugarteniente con algunos hombres más. Levantaron al nuevo infiltrado y se lo llevaron bajo órdenes explícitas de Nando.
Éste miró a los ojos al huargo y le pidió que siguiera allí, que su ama estaba bien y se recuperaba.

Los "visitantes" estaban inquietos, no entendían nada. ¿Y si los infiltrados pretendian liberarlos y la mujer no lo permitía? Todo eran cábalas.

Continuará...


miércoles, 28 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (VI)

Lobo Gris

Viene de Atia y Servilia





Hay quienes afirman, totalmente convencidos, que los animales carecen de entendimiento y razonamiento. Nada más falso, son como las personas, buenos o malos, según, y en cuanto a inteligencia, suelen gozar de ella más que muchos de los humanos, el problema es que no pueden mostrarlo, ya que suelen "tocarles" humanos de pocas luces que se limitan a reírles las gracias.

Lobo Gris vigilaba a los romanos tras el vidrio. Sabía lo que pensaba cada uno de ellos, era él quien debería, en ausencia de la mujer, activar el dispositivo para aislar a todos entre ellos en caso de necesidad. ¿Qué dispositivo? Una simple nota de su voz. Así de fácil y sencillo.
También sabía que nadie podía obligarle a ponerse delante de una puerta para abrirla. Muerto o inconsciente no servía, era su voluntad la que permitía abrirse cualquier puerta, igual que su ama, y ninguno de los dos permitirían ser manipulados, sabían bloquear su mente a conveniencia.

Buceó brevemente en la mente de Cayo Julio César. Su ama ya le había mostrado, mirándolé a los ojos, la historia de este sujeto. Ya sabía su final. Pasó su vista a Servilia, la asesina de César al obligar a su hijo Bruto y a los demás al regicidio, sólo por sentirse ofendida como amante despechada, aunque arguyera que se trataba de salvar la República.
Se detuvo en Marco Antonio. Interesante especimén. Un fornicador como todos los de la época. Amante de Atia, no se cortó en decirle, en una de sus discusiones, que era una vieja arpía. Pero luego volvió a recuperarla porque no conocía una amante tan buena como ella.

El huargo miró a Octavia, la hija de Atia. Era feliz en su matrimonio, pero su madre ordenó al judío -y amante suyo- Timón, asesinar a su yerno para poder casar a su hija con Pompeyo el Grande cuando este enviudó de Julia, la hija de César, por un mal parto.
De nada sirvió, Pompeyo rechazó a Octavia y matrimonió con otra mujer. Eso sí, después de haberse beneficiado a Octavia, ya que su madre insistió en ello antes de los esponsales.

Lobo Gris no entendía mucho del comportamiento social de los humanos, pero su ama le había mostrado lo suficiente para saber que la gente detrás del vidrio no era buena.
Vió en los ojos de Octavia y de Servilia que serían amantes. Vió que Servilia, loca por acabar con César, obligaría a esta a seducir a su hermano Octavio: "Los amantes no tienen secretos". Octavio había sido testigo de un ataque epileptico de César, pero juró callar. Su hermana se lo sonsacó al acostarse con él y Servilia lo usó para incitar a su asesinato.

El enorme lobo se sentía harto de ver lo que veía. No le extrañaba que su ama anduviera cansada, prácticamente agotada, pero él seguiría ayudándole.
Echó un último vistazo a los soldados de la XIII legión, Publio Voreno y Tito Pulio. Encontró algo interesante, pero no imperativo. Y se durmió, con un ojo abierto. Bueno, sabía que su ama dormía con los dos ojos abiertos, pero en fin.

Continuará...

martes, 27 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (V)

Atia y Servilia

Viene de El prisionero


Mientras la mujer del teclado, su lugarteniente y su huargo estaban enfrascados en su trabajo, intentando descubrir a los infiltrados y atrapar al traidor, tras el vidrio blindado, la infame Atia no cejaba en su empeño de herir a Servilia, la amante de su tío Cayo Julio César.
Servilia tampoco era de buena pasta. Mujer rencorosa y vengativa, cuando Julio César le dijo que todo había terminado entre ellos, pasó del amor al odio y no cejó hasta obligar a su hijo Bruto a asesinar al César.
La mujer del teclado sabía todo esto, motivo por el cual pasaba de sus invitados. Le producían arcadas, pero tenía que contenerse para que no se soliviantasen y causaran problemas.
Ya tenía preparado un dispositivo que les aislaría a cada uno de ellos en caso de necesidad. No temía por Lucio Voreno ni Tito Pulio, los dos soldados armados de la XIII legión, sabía que no empuñarían sus espadas contra ninguno de los romanos recluídos, pero tampoco podía contar con ellos. Eran de otro mundo, de otra época y no entendían donde estaban.

Atia se acercó a Servilia y le acarició el rostro. Solía hacerlo, mostrarse agradable y cariñosa, mientras por la espalda clavaba la puñalada, como cuando ordenó a Timón, el judío a su servicio y amante suyo, que sus hombres asaltasen la litera de Servilia, asesinaran a sus esclavos y a ella le cortasen el pelo y la desnudasen en medio de la calle.

- Querida Servilia, ¿no te da miedo esta mujer que nos tiene prisioneros?
- No. -respondió la de la Casa Junio, seca y distante-
- No quiero alarmarte, mi querida amiga, pero... ¿y si nos ofrece a sus hombres?
- Estoy segura de que no.
- Tal vez... -y acarició el rostro de Servilia- Pero... ¿y si prefieren jóvenes guerreros?...
- Mi hijo Bruto está a salvo. Preocupáte del tuyo, Octavio, que es más joven y no sabe manejar la espada.
Atia se dió cuenta de su error y calló. Su hijo la llevaba por la calle de la amargura. Se dedicaba a la lectura y la poesía y tuvo que obligarle a romper su virginidad mediante órdenes a Tito Pulio, que lo llevó a un burdel. Pulio era experto en burdeles, pero tuvo que buscar uno de alto rango, uno al que él no podía ni pisar el dintel.

La puerta de la sala de trabajo se abrió y entró el lobo huargo. Solo. Echó un vistazo a los especímenes tras el vidrio y se echó, en la posición de las esfinges, sin separar su vista de ellos.
Atia no volvió a abrir la boca, quedó muda.

Continuará...


lunes, 26 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (IV)

El prisionero

Viene de Julio César





Lobo Gris sabía a donde se dirigian. Le tenía sin cuidado el prisionero, no mataba humanos; al menos, su ama nunca se lo había ordenado y él siempre cumplía sus deseos. Sabía cuando ella mentía a los humanos, sabía que lo hacía por necesidad. Sabía que había humanos tan necios que se creían cualquier cosa expresada con palabras. Su ama y él nunca habían necesitado palabras, incluso sin establecer contacto visual, ambos sabían lo que pensaba el otro aunque estuvieran separados por kilómetros de distancia.

La mujer y su huargo giraron en el pasillo y entraron en una estancia cuyas puertas se abrieron automáticamente. Los demás necesitaban identificarse electrónicamente, pero ellos no, todo se abría a su paso.

- Nando -dijo dirigiéndose a su lugarteniente-, ¿has averiguado algo?
- Malas noticias -respondió éste, preocupado- La persona que aceptaba nuevos guerreros ha desaparecido.
- Explícate.

El lugarteniente le contó que se trataba de alguien supuestamente de toda confianza, que estaba con ellos casi desde el principio y ahí seguía, hasta que el infiltrado fue detenido.
- Un traidor -murmuró la mujer sombriamente. Y añadió- ¿Le conocías bien?
- Todo lo bien que podemos conocernos entre nosotros, ya sabes, hablar poco, no dar datos...
- Lo sé. Sólo puedo confíar ciegamente en ti y en Alex por conoceros anteriormente. Y en Lobo Gris, claro -añadió mirando al enorme huargo- Por cierto, ¿cómo se encuentra?
- Alex está bien. Al parecer recibió una descarga del infiltrado con un objeto oculto en su traje y que estamos estudiando.
- Me alegro mucho. Que descanse lo necesario para recuperarse al 100%, me váis a hacer mucha falta. Y ahora vamos a hacerle una visita al prisionero.

Salieron los tres, dirigiéndose a las celdas. Hombre y mujer caminaban serios. El lugarteniente señaló una puerta y esta se abrió cuando la mujer se puso delante.
El prisionero dió un respingo al verles entrar con el huargo. Empezó a sudar copiosamente y a temblar, pero la mujer miró al gran lobo y este se sentó tranquilamente, sin mostrar ningún interés por el preso.
El hombre fue interrogado por la mujer del teclado con preguntas concisas, pero nada pudieron sonsacarle. No sabía nada, ni siquiera conocía a la persona que había permitido su entrada. Le seleccionaron prometiéndole una fuerte paga y tampoco tenía claro a qué se dedicaba la organización en la cual lo habían infiltrado. Sólo era un mercenario, aunque sí dijo creer que no era el único, pero tampoco estaba seguro.

La mujer lo miró fijamente a los ojos.
- He garantizado tu vida, pero... no puedo hacerlo si hay otros infiltrados como tú porque cualquiera de ellos puede acceder a ti identificándose electrónicamente como hiciste tú en mi sala de trabajo... -la amenaza quedó latente-
- ¡No sé quienes son! ¡No lo sé! ¡Lo juro!
- Haz un esfuerzo -intervino el lugarteniente- De alguna manera tenéis que reconoceros, por ínfima que sea.
- Así es -apostilló la mujer-, es absurdo que no os podáis reconocer. A ti ya te conocen ellos por haber sido hecho prisionero, creo que no te van a dejar vivir mucho tiempo y yo no podré hacer nada por evitarlo.

El prisionero tragó saliva. Era evidente que se encontraba en un mar de dudas, pero estaba demasiado alterado. No había pensado ser descubierto cuando pretendió matar a la mujer y apoderarse de la información de su ordenador. Deshacerse del guardian fue fácil con el dispositivo que le habían facilitado, pero sucumbió ante los zarpazos de aquella leona humana. ¡Para esto no lo habían preparado!

- Vámonos, Lobo -dijo ésta al animal- pronto tendremos que ocuparnos de un cadáver...
- ¡No! ¡No!
Pero la mujer salió sin hacerle caso, seguida del huargo y su lugarteniente. Sabía que el prisionero no iba a hablar. Al menos de momento.
Una vez fuera, se dirigió al hombre.
- Nando, que Alex monte guardia ante esta puerta si está en condiciones de ello y no deje pasar a nadie. Recuérdale como fue abatido y que no establezca contacto físico. Si es necesario, que dispare sin contemplaciones porque no sería nuestra gente.
- Así se hará.
- Y otra cosa, investiga en la cocina. No quiero que sea envenenado, ni mucho menos nuestros "visitantes". Me temo que quien sea que nos los ha traído aquí va a por ellos. Un accidente ha hecho que lleguen aquí, pero sospecho que su destino era otro y quieren recuperarlos. O eliminarlos -dijo sombriamente-

El lugarteniente asintió. Era consciente de los tremendos cambios en la Historia que podían suceder si la mujer no conseguía devolver a los romanos a su época sanos y salvos. No se trataba sólo de hechos históricos, sino de millones de personas que dejarían de existir de un plumazo, sin llegar a nacer. Generaciones enteras.

Continuará...


domingo, 25 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO (III)

Julio César
(Sigue de ROMA)


Julio César estaba intrigado por lo que estaba sucediendo. Ya había comprobado que el vidrio tras el cual se hallaban él y sus acompañantes era irrompible. Estaban cómodos, en divanes donde reclinarse, además de contar con camas tras cortinajes, baños que tuvieron que aprender a usar, ya que el agua fluía manejando un sencillo mecanismo, sin necesidad de esclavos, y la comida la recibían a cualquier hora, tan sólo apretando un botón en la pared. Aparecían ante ellos, abriéndose una puertecilla, las viandas más apetitosas que pudieran desear. Eso sí, no lo que pidieran.
No tenía queja de la mujer que los mantenía recluídos, aunque al principio se había enfurecido, pero luego, viendo ante sus ojos un gran lienzo en la pared que estaba detrás de la mujer, apareciendo en él imágenes nunca sospechadas, mágicas, creyó en sus palabras y se dispuso a esperar pacientemente su promesa de devolverlos a casa. Tenía que controlar a su sobrina Atia, esa loca que podía echarlo todo a perder por sus infulas de gran señora, ofendiendo a quien tenía su vida en sus manos

Lo que había en la pared detrás de la mujer del teclado era una gran pantalla de plasma y mostraba lo mismo que en la de su ordenador. Eran testigos, pues, de lo que ella hacía y aunque no entendían gran cosa, sí que César comprendió su importancia y decidió callar y dejarla hacer.

- ¡Ramera! -gritó Atia.
Todos los romanos tragaron saliva. Lucio Voreno y Tito Pulio tocaron la empuñadura de sus espadas. Aunque sabían que nada podían hacer, era un acto reflejo de bragados guerreros.
Antes de que Julio César pudiera intervenir, lo hizo Octavio, el hijo de Atia.
- Madre, calla.
- ¿Que calle? -se volvió furibunda la mujerzuela a su hijo- ¿Eres consciente de quienes somos?
- Sí, madre, lo sé. Pero ahora no estamos en Roma, estamos a merced de una dama que tiene nuestra vida en sus manos y no creo que sea inferior a nosotros, así que no la ofendas.
- ¿Que no es inferior...?
- Mi querida sobrina, Atia de la Casa Julia -dijo César con mirada feroz-, te ordeno que no vuelvas a hablar.
Luego se dirigió a la mujer del teclado y haciendo un gesto que podía interpretarse como disculpa, le dijo:
- Señora, antes habéis dicho a mi sobrina, para la cual os ruego tengáis paciencia y buena voluntad, que la Casa Julia ya no existe. ¿Cómo puede ser cierto?

La mujer del teclado volvió a intercambiar una mirada con su huargo. No sabía cómo decirlo, pero hizo de tripas corazón.
- Así es, César, vuestra Casa ha siglos que ya no existe.
La reacción tras el vidrio fue de circo romano, pero César se mantuvo impertérrito.
- ¿Podéis demostrárnoslo?
- Sí, si así lo queréis. Pero os advierto que no será agradable.
- ¡Sea!
- Ahora no, tengo asuntos urgentes de los que ocuparme, pero os prometo que lo haré lo más pronto posible.

Atia gritó, Marco Antonio mostró su sonrisa sarcástica, Posca estaba asombrado y Octavio rumiaba en silencio. Voreno y Pulio se miraron perplejos, pero sólo un instante, sabían cuando alguien mandaba, no en vano eran soldados con experiencia.
- Sea, señora -aceptó Julio César con calma.
Y la mujer salió de la estancia, seguida por Lobo Gris.

Continuará...


viernes, 23 de agosto de 2013

TECLEANDO EN VERANO (II)



Roma Viene de la entrada anterior.

La mujer no habría lanzado a su huargo contra el infiltrado, pero le pareció que esta amenaza era más efectiva y contundente, ya que si alguien sabía de ella y sus hombres, sabía también que no torturaban. Cosas de la información que volaba impunentemente a pesar de todas las precauciones, ya que la prueba la tenía ante su vista al haberse infiltrado el enemigo.

Todos estaban expectantes, excepto el lugarteniente, el cual conocía a la mujer casi tanto como su lobo huargo y sabía que se trataba de una añagaza.

- ¡Lobo! Mira qué pestilencia ha dejado en mis estancias este cerdo -dijo la mujer al huargo en referencia a que el infiltrado había vaciado sus esfínteres- ¡Limpia!
El enorme lobo, sin separar la vista del infiltrado, gruñó, enseñándo más sus terribles dientes y acercándose poco a poco a la cara de éste. Sabía lo que pretendía su ama, se comunicaban mentalmente. Era algo que sus hombres no comprendían, pero de lo que tenían hartas pruebas y sentían un inmenso respeto por ambos, lobo y ama, porque además, ella era respetuosa y educada con sus hombres, sólo exigía lealtad y obediencia de las ordenes recibidas, las cuales siempre eran claras y concretas, y el lobo... los más valientes jugaban con él sin temor.

- ¡No! ¡No! ¡Hablaré!

Tras el vidrio blindado se alzó una ceja. Cayo Julio César estaba realmente interesado en lo que ocurría. La mujer pensó en la Historia, lo que conocía de aquella gente atrapada tras el vidrio, cual insectos en ámbar pero vivos, en movimiento. Pensó: "Qué rameras y furcias fueron las mujeres nobles de Roma, y qué miserables sus hombres que ostentaban cualquier poder, por pequeño que fuera". Miró despectivamente a Posca, el esclavo de Julio César que luego robaría el oro de la República cuando fuera liberto.
Su lugarteniente la volvió a la realidad apretándole blandamente el brazo.
- Lobo Gris espera instrucciones -le dijo sin sorprenderse por el despiste, dado que sabía de qué iba el asunto tras el vidrio y comprendía la ingente tarea-
- Gracias. Ahora me pongo.
Volvió a mirar a los ojos al infiltrado, haciendo señal al huargo de que se apartase.
- Bien, ¿qué tienes que decirme?
El hombre tragó saliva dificultosamente. Todo él temblaba y acabó hablando a trompicones.
- Yo... Yo... -la mujer esperaba pacientemente, en silencio- No sé mucho... señora... sólo que no soy el único... Pero... pero... tampoco sé quienes son los otros...
- ¡Nando! - bramó la mujer, y su lugarteniente se cuadró- ¿Quien mierda se encarga últimamente de aceptar guerreros?
El lugarteniente palideció. Sabía que él debería haberlo sabido. Era un descuido imperdonable. El huargo se volvió hacia él, sin enserñarle los dientes ni gruñir, sólo mirándole con sus ojos que decían tantas cosas... Nando no las entendía siempre, pero sabía que decían mucho y en esta ocasión supo que el gran lobo le hacía un reproche como su ama.
- ¡Lo averiguaré enseguida!
- Ve y no pierdas tiempo, es muy importante -y dirigiéndose a sus otros hombres, ordenó- ¡Llevaos a este a una celda!

Se sentó ante el teclado y el huargo se echó a sus pies. Cabizbaja, tuvo que alzar el rostro cuando una de las mujeres "visitantes" se dirigió a ella.
- ¡Soy Atia de la Casa Julia! -dijo con prepotencia y desdén, como quien en aquellos tiempos se dirigía a un esclavo-
Julio César, consciente ya de lo que ocurría, aunque lógicamente, no acabara de entenderlo, la mandó callar. Imposible. Una de las más grandes rameras nobles de Roma, una furcia fornicadora, imbuida de su rango, no callaba ante nadie.
La mujer la miró, entre asco y pena.
- ¿Y? -le inquirió-
- ¿Quien eres tú para mantenernos encerrados aquí? ¡Lo lamentarás! ¡Serás azotada hasta la muerte! ¡Lamentarás haber nacido, ramera!
La mujer del teclado miró a los ojos del huargo, el cual ni se había inmutado, pero sí levantado la cabeza, mirando a su ama. Ambos se decían "menuda puta loca, la que le espera".
- Atia de la Casa julia. Estás encerrada para preservar tu vida, la cual espero devolver a su lugar de origen en su tiempo. Si eres necia, yo no tengo la culpa. Y no vuelvas a dirigirte a mí como lo haces a tus esclavas, porque tal vez haga entrar a Lobo Gris en tus estancias.
- ¡No te atreverás!
- ¿Por qué no? Aquí mando yo y tú no eres nadie, sólo una ramera cuya Casa ya no existe.

Hubo un revuelo tras el vidrio blindado. Era evidente que los "visitantes" no eran tontos.

Continuará...

lunes, 19 de agosto de 2013

TECLEAR EN VERANO

Un infiltrado.





La mujer estaba ante el teclado. Delante suyo tenía un vidrio protegido a prueba de balas y de cualquier cosa. Tras éste, Cayo Julio César; Marco Antonio; Servilia de la Casa Junio, su antigua amante y madre de su hijo Bruto; Atia de la Casa Julia, sobrina de César, Octavio, hijo de ésta, y un par de pobres y valientes hombres que llevaban años dando su vida por la Repúbica de Roma: Lucio Voreno y Tito Pulio, el primero de alto rango, cuyo honor tenía en gran estima; el segundo, un borrachín fornicador, pero valiente en extremo, capaz de dar su vida sin dudarlo por defender a un amigo. Había más gente de esa época, pero la mujer los ignoraba mientras tecleaba en su ordenador.

Ya había hablado con ellos. Les había explícado que estaban allí por un accidente del espacio-tiempo, que estaban en el futuro y que intentaría devolverlos a su época.
Naturalmente, los "visitantes del pasado" no se creían nada y se quejaban de estar encerrados detrás de un vidrio que no podían romper, a pesar de contar con todas las comodidades que conocían.

La mujer era paciente. Mucho. Intentó explícarles lo de la transmisión de enfermedades, motivo por el cual se encontraban en una zona ésteril, tanto por lo que ellos pudieran llevar encima -ya erradicado-, como por lo que podrían contraer en su paso por el futuro. Ella recordaba la ingente cantidad de indios que fenecieron en el Nuevo Mundo, muertes achacadas a los "conquistadores", cuando en realidad se trató de virus desconocidos por entonces en aquellas tierras.

Tecleaba la mujer, buscando una solución, cuando se abrió la puerta y entró uno de sus hombres (por el uniforme). Sin embargo, su aspecto era amenazador y no lo conocía.
Detrás suyo entró otro que sí, y ambos se enzarzaron en una cruenta lucha. La mujer se mantuvo impasible, confiando, pero cuando el que conocía cayó, se levantó del teclado y fue rauda a plantar cara.
Impertérrita, alzó el brazo izquierdo deteniendo el golpe que le lanzaba el infiltrado, al tiempo que estrellaba su puño derecho contra la nariz del adversario. El siguiente paso habría sido levantar la pierna y golpearle con ella. Los tres pasos iniciales de las artes marciales. Pero la mujer no podía. Tenía la espalda poco menos que destrozada, así que usó sus uñas, largas, afiladas y fuertes a más no poder, ¡uñas de leona!

Zarpazo va, zarpazo viene, el rostro del infiltrado acabó cubierto de sangre. Le pegó un rodillazo en la entrepierna y cuando su cabeza se abatió por el dolor, la cogió y estrelló su cara en la rodilla.
Quedó tendido en el suelo, gimoteando, medio ido.

Por la puerta entró Lobo Gris, el enorme huargo que había recibido las sensaciones de su ama. Se plantó delante del enemigo, enseñando sus dientes y gruñendo amenazadoramente. El hombre no osó mover ni una ceja.
Presto llegaron los hombres al mando de la mujer. Esta pidió que llevaran al herido -su soldado-, a la enfermería, después de comprobar que vivía.

- No hace falta, estoy bien -dijo este trastabillando cuando lo levantaron-.
- Alex, eres uno de mis mejores hombres. No habrías caído de esta manera si no te hubiera tocado algo importante. Quiero que el doctor te examine y quedarme tranquila.

El soldado accedió y salió sujetado por un compañero y amigo.
La mujer se volvió a uno de sus hombres.

- ¿Sabes quien es este? -dijo señalando al agresor.-
- Es nuevo. Hace poco que está entre nosotros.

El hombre hablaba con precaución, siendo consciente de los que habían al otro lado del vidrio blindado. La jefa les había advertido de no hablar de más, que se trataba de un asunto muy peliagudo.

-Bien, pregúntale por qué ha hecho esto y cuáles son sus intenciones.
- ¿Aquí o en...?
- Aquí. Tenemos invitados y quiero que sepan como actuamos.

El agresor fue depositado en un sofá de la gran sala donde la mujer trabajaba, delante de los "visitantes". Estaba hecho un cromo, cubierto de sangre y le costaba abrir los ojos. Gemía.

- ¿Cual  es tu verdadero nombre y qué intenciones te han llevado aquí? -preguntó el lugarteniente-.
- ¡No! ¡No! ¡Nunca diré nada! ¡Me matarian!

La mujer pidió silencio a su hombre. Fue por otra puerta, donde tenía sus estancias particulares, y salió con un paquete de tohallitas húmedas. Le pidió que limpiara con cuidado los ojos del agresor.
Una vez este pudo ver, la mujer dirigió una mirada a su lugarteniente, indícandole que siguiera con el interrogatorio.

- Debes hablar -insistió este-. ¿Quienes te matarían? ¡Habla!
- ¡No puedo decirlo! ¡sería hombre muerto!

La mujer se acercó a él, poniéndose ante sus ojos. Consciente de la presencia de los "visitantes", habló sabiendo lo que decía.

- Te niegas a hablar, sabiendo que nosotros no torturamos, algo propio de cobardes. Pero cuidado, que si no nos sirves de nada, ni mis hombres ni yo nos mancharemos las manos. ¿Qué te parece mi huargo?... No tortura, se límita a terminar un asunto fastidioso sin más.

El inmenso lobo gruñó, percibiendo las palabras de su ama y el detenido dejó ir sus esfínteres.

- ¡No puedo! ¡No puedo!

La mujer se le acercó más.

- ¿Tal vez porque aquí hay más traidores como tú?

Todos, incluso los "visitantes", alzaron la cabeza, tremendamente interesados.

- Dime quienes son y terminemos este asunto. Te garantizo la vida, pero no olvides que esta está en tus propias manos. De ti depende.

Continuará...