La Mujer del Teclado se siente en una olla de grillos
La mujer del teclado se quedó pensativa ante su amigo, intentando entender por qué había llegado allí sin que ni él mismo tuviera idea de ello.
Se abrió la puerta de repente y entró Alex. ¡Vaya hombre!, últimamente no era normal que sus hombres entrasen así, sin avisar, dado lo que estaba pasando, conque la mujer miró a su huargo, a ver cómo reaccionaba, por si acaso. Pero el enorme lobo se limitó a mirar a Alex con poco interés. "Todo en orden", pensó la mujer, "Es Alex, no un clon malévolo". Y lo miró, esperando que se explícase, ya que ellos eran de pocas palabras y mucha acción, sobretodo, patadas en los huevos por parte de la jefa.
- Señora -a la mujer del teclado, ese "señora" le sentó como una patada porque era más una compañera que un superior para sus hombres, pero comprendió que iba por los visitantes, que ante ellos había que guardar las formas.
- Dime, Alex.
- Ha llegado una mujer -y Alex tragó saliva, consciente de que la cosa ya se les iba de las manos.
La mujer del teclado cerró los ojos e inspiró profundamente. Pensó en contar hasta cien... Hasta mil... pero desistió inmediatamente al considerarlo una estupidez y una perdida de tiempo. ¡Tiempo! Esto es lo que estaban perdiendo mientras se les colaba gente en una instalación supuestamente inexpugnable. Se tranquilizó y preguntó a Alex si ya la tenían controlada e identificada.
- Más o menos... No parece peligrosa así de pronto, pero yo no me fiaría nada porque tanta candidez no la he visto nunca.
- Interesante. ¿Ha dicho su nombre?
- Sí, Henrieta.
El visitante de Manchester estaba entretenido mirando a la casquivana Atia, la cual se había bajado el escote hasta casi enseñar el pezón y le hacía ojitos a Don Paeloris, consciente del aprecio que la mujer del teclado le tenía, a ver si podía sacar algo de ello, pero al oír el nombre, el manchesteriano pegó un bote que incluso alarmó a Lobo Gris y con ello a la mujer, a Alex y a todos los romanos detrás del vidrio, excepto a Marco Antonio, que seguía en la inopia y todavía no se sabía el motivo. "¡Acabaré matándoles a todos!" pensó la mujer del teclado y se relamió: "A Atia la pondré de chacha en casa de Ana Botella. A César Augusto lo meteré en el Senado. A los de la XIII Legión Gémina, de Mossos d'Esquadra. A...".
- ¡Doña! ¡Doña! -el manchesteriano la bajó de las nubes tremendamente alarmado.
- ¿¿¿??? Diga, diga. Usted perdone, tengo la cabeza como un bombo. ¿Qué pasa? ¿Ya sabe la solución?
- No señora, no sé la solución de nada, pero oiga, no deje que la recién llegada se me acerque.
- ¿Y eso? ¿Es extremadamente peligrosa? ¿Es un androide que estallará cual "martir" musulmán en un autobús israeli? Cuente, cuente.
- Bueno, es algo dificil de explicar, Doña...
- No me venga con tonterías a estas alturas, que estamos en un tris de desaparecer. ¡Si esa gente detrás del vidrio no vuelve a su época incólumnes, sin que les falte ni un pelo de los bajos, usted y yo y todos ya podemos despedirnos de llegar a nacer!
- ¡Coño! ¿Tan gorda es la cosa?
- Le aseguro que sí.
- Me lo creo, me lo creo. Por dos motivos, uno, que esto no es Manchester, el otro, que esa ninfómana me ha seguido hasta aquí.
- ¿Ninfómana?
- Y espere, que hay más. Al principio pensaba que esa de ahí tras el vidrio era una chichi de burdel, contratada por usted para alegrarme el día, pero se me está erizando el pelo de la cabeza cuando más la miro.
- ¿Qué pelo? Si está usted rapado.
- ¡No joda, Doña! ¡El vello que ya crece, el cuero cabelludo!
Atia pegó un grito al darse cuenta de que se refería a ella. Los legionarios se divertían cosa mala, César Octavio dejó ir una media sonrisa desdeñosa y Marco Antonio... Bueno, mejor olvidarse de Marco Antonio de momento porque no se sabía dónde estaba en realidad. Esto intrigaba a la mujer del teclado, pero no tenía tiempo que dedicarle, habida cuenta de todo el follón que tenía encima, una verdadera olla de grillos sin poder atrapar a los bichos que saltaban demoniácamente por todas partes.
Fijó la vista en su huargo, luego en Alex y se levantó lentamente.
- Alex, acompaña a nuestro invitado a una habitación para que se ponga cómodo y que sea atendido debidamente.
- Espero que ese "debidamente" no tenga connotaciones indebidas, Doña...
La mujer lo miró a los ojos. Sólo eso.
- Perdón, lo siento. Ya sabe que soy muy guasón...
- Igual que yo, amigo mío... Pero... ¿a que mi mirada asusta? ¡Juas juas!
Salieron los tres, ella a lo que tenía que hacer, Don Paeloris y Alex a alojar al primero y Lobo Gris se quedó allí, con la cabeza entre las patas, bastante harto de custodiar a los visitantes del pasado que no tenían nada de distracción. Le gustaban los legionarios, pero no podía comunicarse con ellos porque eran bastante cortitos mentalmente, ni se habían enterado de quien era él, ¡puf!
Continuará...